Síndrome del niño emperador


Este es un tema que puede ser sensible para muchos padres ya que lo único que quieren es darle lo mejor a sus hijos.

Probablemente, muchos no pueden identificar los desafíos conductuales que presentan los niños hasta que vivencian berrinches incontrolables en la vía pública o en otros contextos. Los padres suelen sufrir mucho en estas circunstancias, se ven expuestos a fuertes críticas o comentarios negativos y poco constructivos (parece que todos somos expertos en el tema). Si hay dudas en este aspecto, siempre se puede recurrir a un profesional para recibir orientación y así poder llevar a cabo una crianza positiva y respetuosa. 

          ¿Qué señales podemos observar en estos pequeños emperadores?

Los niños suelen ser demandantes y exigen constante atención. La inmediatez es un factor desencadenante de conductas explosivas. Tienen un sentido exagerado de lo que les corresponde y no se conforman con nada. Mantienen el control de la dinámica y la organización familiar, todo gira en torno a sus deseos. 

Ante el aburrimiento o la negativa suelen expresar rabietas, insultos y hasta ejercer algún tipo de violencia, no aceptan un “NO” como respuesta por lo que su tolerancia a la frustración es muy baja. Manifiestan ansiedad, enojo, llanto y angustia sin motivo aparente. Tienden a responsabilizar a los demás de su comportamiento y esperan que otros le solucionen los problemas. Les cuesta adaptarse a las normas o reglas sociales como también reconocer figuras de autoridad, en especial en la escuela o ámbitos fuera del seno familiar.


 ¿Cuáles son las posibles causas?


Se tiende a etiquetar a los padres y cuidadores como permisivos o sobreprotectores, lo cierto es que nadie nace sabiendo ser padres y que cada niño es único y requiere atención particular. No hay un único formato de crianza, tampoco uno mejor que otro, recordemos que la misma está teñida de cómo fuimos criados, de las experiencias vividas y también está sujeta a la época y también a la cultura en la que estamos inmersos. En cuanto a la permisividad, es probable que los padres o cuidadores queden bajo el poder de los caprichos considerando que así evitarán el sufrimiento del niño. 

Por otro lado, la falta de consenso entre los padres respecto a la puesta de límites genera confusión y un espacio propicio para que los hijos tomen partido buscando el apoyo del más permisivo para lograr su objetivo. Lo mismo ocurre cuando cambia la estructura familiar, ya sea con la incorporación una nueva pareja o cuando se transite un divorcio. 

Si bien las causas podrían ser múltiples o una combinación de ellas, lo cierto es que el proceso para poder acompañar este tipo de comportamientos puede ser abrumante, agotador y no hay que desistir, recuerden que siempre se puede pedir ayuda. 


 ¿Qué hacer en estos casos?


 Algunos padres se encuentran a merced de estos pequeños emperadores, son súbditos y víctimas del chantaje emocional cediendo a caprichos para evitar llantos o rabietas. Sin dudas, este tipo de respuestas terminan reforzando y validando conductas inapropiadas. 

Hay quienes suelen perder la paciencia y responden de la misma manera: “gritar para que el niño deje de gritar”, lo cual es confuso, ambivalente y hasta contradictorio. 

En cambio, hay padres que deciden ignorarlos esperando que el berrinche desaparezca por arte de magia, como consecuencia, el niño permanece en un estado de angustia porque no se le ha brindado un espacio ni la oportunidad para expresar o gestionar sus emociones. 

Es imprescindible comprender que, por lo general las rabietas pueden ser comunes en edades muy tempranas y que a medida que pasa el tiempo exige acciones asertivas y positivas que busquen el bienestar del niño y de la familia. Si no se interviene apropiadamente, las conductas pretenden agudizarse con el tiempo, habrá mayor impulsividad, actitudes vengativas, insensibilidad y falta de empatía, siendo mucho más difícil de controlar y de encauzar en la preadolescencia. 

Visualicemos la imagen de volcar un vaso de agua sobre la mesa, el agua en segundos se esparcirá sin control si no actuamos enseguida. En este caso el agua se asemeja a las conductas inapropiadas, el no actuar de inmediato, provoca ansiedad, frustración y que las emociones no se regulen adecuadamente, es decir, que se desborden. Precisamente, los límites proporcionan ese borde, dan mayor seguridad y contención. Poner límites claros y coherentes no nos hace malos padres, por el contrario, son una expresión de amor, de seguridad y de cuidado. 

Cuanto más pequeños son, hay más probabilidades de enseñarles a regularse. Dar la oportunidad de expresarse y dar significado a sus acciones ayuda en el aprendizaje. Por ejemplo: “Estás llorando y entiendo que algo te pasa”, “¿Te sientes triste?”, “¿Querías ese juguete y no puedes tenerlo?”. Claro está, que en niños más pequeños o en niños con dificultades de comprensión, las frases tienen que ser simples y breves, asegurándonos que pueden ser comprendidas. La idea es generar un espacio para el diálogo y empatizarnos con lo que sucede, dar opciones puede ser el inicio, se trata de ayudarlos a poner en palabras e identificar lo que sienten. Sin dudas, estaremos ayudando en el desarrollo de la empatía y la autorregulación. 

Los límites no se deben negociar, deben ser constantes e independientes del momento y del lugar, eso ayudará a entender que no podrá romperse en otros ámbitos. Algunos niños necesitarán que se les anticipen hechos o sucesos para que puedan comprenderlo. 

Establecer límites puede ser una tarea complicada, el exceso puede ser tan perjudicial como la ausencia de ellos. Con normas autoritarias, es probable que los niños adopten una conformidad excesiva y que en un futuro se sientan angustiados fuera de su zona de confort. 

Al establecerlas, es necesario tomarse un tiempo para explicarles las razones, mostrarnos firmes en la decisión, alentarlos y reforzar positivamente cuando lo está intentando. Este tipo de refuerzos no implica necesariamente una recompensa material, ya que puede ser contraproducente y el objetivo gire entorno al premio y no a la meta. Siempre recomiendo la expresión de frases como: "me siento feliz por tus logros", "estás cumpliendo tu promesa" o "lo estás haciendo bien", etc. Lo más importante es, no solo decir que los amamos sino demostrárselos, ellos esperan que los abracemos y le digamos que entendemos por lo que están pasando, que no están solos y que estamos ahí para acompañarlos. 

Todos los esfuerzos que se hagan deben pensarse en el bienestar del niño y la familia, si sienten que lo han intentado todo y no resulta, es el momento para acudir a un profesional que los acompañe. 


Lic. M. Fernández


Fuentes: